viernes, noviembre 07, 2008

La innecesaria crónica de Ojos Bonitos (1a parte)

Me pesan los parpados y mi vaca antiestress esta al borde de la extenuacion. Me incorporo y, a pasos cortos, me acerco a la ventana. Compruebo que continua lloviendo incansablemente, supongo que deben ser los frutos de este mes de Octubre. Diluvios furtivos que se aproximan sigilosamente por retaguardia sin previo aviso. Miro al cielo y el horizonte, me devuelve la mirada mostrándome un futuro gris y descorazonador. Respiro profundamente y mi aliento desaparece del cristal a los pocos segundos. Nunca me gusto sentirme encerrado, pienso. Doy media vuelta, cojo mi chaqueta y abandono cabizbajo la oficina rumbo al ascensor.

Pulso el botón de llamada y esa endiablada caja metálica propulsada a base de poleas oxidadas, me obedece sin presentar batalla. Una sutil campanilla anuncia su llegada y sus brazos de acero se abren de par en par ante mi. Accedo y raudo, desciendo cuatro pisos sin paradas inoportunas e innecesarias. Se abren las puertas y, tras varios codazos y empujones, consigo salir de entre la masa mononeuronal que espera sitiada a las puertas del ascensor.

Abro la puerta y el viento gélido conquista mi ser entumeciendo cada milímetro de mis huesos. Abrocho la cremallera de mi chaqueta mientras busco el paquete de cigarrillos que se esconde entre mis bolsillos. Por fin lo encuentro, lo abro y enciendo uno propinandole una profunda calada. Mantengo la respiracion unos segundos...lentamente exhalo y el humo sale despedido garabateando figuras errantes sobre el cielo gris.

Tras esquivar varios charcos, consigo ver la caseta prefabricada de vigilancia. Se encuentra situada justamente en medio de la entrada principal, separando el acceso de peatones y el de vehículos. En su interior, pienso, las horas deben ser eternas. Al pasar junto a ella, el vigilante me mira, me reconoce y me da la bienvenida con un inerte saludo. Yo, le correspondo esbozando un gesto cordial con mi mano derecha.
Camino unos pocos metros y consigo llegar a la puerta que da acceso a la Fabrica. Durante unos segundos, me resguardo bajo el viejo techado de uralita y aprovecho para cerrar mi famélico paraguas y dar por finalizada la incandescente existencia de mi cigarro ahogandolo en un charco situado a mi izquierda.

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