jueves, noviembre 06, 2008

La innecesaria crónica de Ojos Bonitos (2a Parte)

Tiro de la maneta y consigo abrir la pesada puerta de madera. Entro y, tras mi estela se cierra violentamente provocando un enorme estruendo. Tuerzo a mi izquierda dejando a mi espalda las maquinas de cafe y refrescos. Me detengo un segundo y presto atencion: Silencio. Salvo por la monotona y tranquilizadora respiracion de la fabrica. De reojo, contemplo las escaleras que conducen a la planta de direccion. Habitualmente habitada por mercaderes de humo, trileros, patanes y especialistas en nada. Los puedes ver caminando por los pasillos o saliendo del exclusivo comedor de direccion ataviados con sus elegantes trajes pero, bajo esa corteza perecedera, se esconden los seres mas miserables y despreciables que puede uno llegar a conocer.


Timidamente, abro la puerta metalica. Entro y la goma de la suela de mis zapatos, empieza a chirriar sobre el suelo industrial de color rojo. Camino por la zona de peatones, delimitada por decenas de metros de lineas pintadas de color amarillo sobre el suelo. Cualquier esquina es buena para colocar un contenedor de reciclaje, ya sea de chatarra, plastico, metal, productos quimicos o cristal pero, las cuatro chimeneas que rodean la fabrica, continuan vomitando humo. A escasos metros, fijado en la pared, el control de fichaje muestra la hora: Mediodia y pocos minutos mas, buena hora, pienso. Unos pocos pasos mas alla, los paneles de corcho de los sindicatos siguen rellenos de panfletos convocando manifestaciones o movilizaciones y, de paso, nos prometen un futuro mejor. Es curioso pero, en su nacimiento, debian formar parte de la solucio. Paradojicamente y, tras varias mutaciones, han acabado por convertirse en parte del problema añadiendo otro eslavon mas a la cadena que nos esclaviza a la rutina.

Paso enfrente de una de las puertas que comunican con las oficinas y, si la actividad de la fabrica esta lejos de denominarse frenetica, el ritmo en las oficinas es mas pausado, como sumido en un denso letargo.
Con las manos en el interior de mis bolsillos, con pocas preocupaciones y escasa faena, camino unos metros mas y, tras unos cristales ergidos sobre el suelo con la intencion de separar las secciones, se esconde ella. En el epicentro de un osasis azul cristalino, refugiada de todo lo que nos rodea a todos. Arropada por docenas de cajas de carton, flanqueada por artilugios y cachivaches de utilidad desconocida para mi. Siempre la rodea un halo de misterio, una mistica neblina envuelve sus gestos y, en lo mas profundo de la jungla, se estremece la maleza al son de los tambores tribales redoblando a duelo cuando levanta su mirada y atornilla sus ojos sobre los mios. Un terible escalofrio galopa desvocado sobre mis musculos dejandome paralizado, tan solo puedo bajar la cabeza y seguir caminando.

Fuera, apoyado en el alfeizar de una ventana, el extractor de humos se encarga de ponerle banda sonora a mi desesperacion. La lluvia empieza a remitir y, a lo lejos, unos escualidos rayos de luz, reunen la valentia necesaria para atravesar el denso muro de nueves cargadas de elctricidad que, durante estos dias, han robado el latido al sol. Pierdo la mirada entre los recobecos del infinito ...., lleva años encerrada en mi retina, pienso, dormida..., tal vez algun dia despierte.

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