Mientras su brazo me rodeaba tímidamente, las yemas de sus
dedos garabateaban en mi nuca y a lomos de un susurro me dijo; guárdate los
sueños, para cuando te hagan falta.
Ahora con el tiempo lo sé. Y lo cierto es que me enamore de
ella antes de conocerla. Antes de ni siquiera tener rostro o nombre, ya le
guardaba un hueco en mi corazón.
A veces bromeo y le digo que yo se escoger y que, en cambio
a ella, se le da fatal. Esboza una tenue sonrisa de complicidad mientras me
coge el brazo y suavemente apoya su cabecita en mi hombro y me dice, no seas
tonto.
Ella no es consciente, pero fue esa dulzura la que me ayudo
a reventar las paredes del Infierno. Esa forma de hacer las cosas, siempre con
cariño, siempre con amor. Cuidando y acariciando todo lo que hace como si todo
fueran cosas pequeñitas a punto de romperse.
Me salvo la vida.
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